
En unas vacaciones de verano en Atlántida, conocí a Gabriela. Gabriela tenía cientos de barbies, kens respectivos para cada una para que no tuvieran que pelearse, un carruaje, una multiplicidad de ponies, e incluso una gran barbie tamaño natural cuyo vestido de balerina rosado le entraba a ella también.
Nunca supe que fue de su vida, pero para mí, en esa época, Gabriela era millonaria. La Paris Hilton del balneario.
En la actualidad, uno se siente aliviado de que dejó atrás esos irrefrenables hábitos de tener todo de lo mismo. De tener millones de accesorios para un juguete. Grave error.
Hoy en día compramos celulares, les compramos ropita para evitar rayones, le compramos cargadores para el auto, adaptadores para otros países. Ponemos nuestras mejores fotografías de fondo de pantalla. Los adornamos con carcazas distintas en caso de aburrirnos y hasta sufrimos internamente si se daña.
Adquirimos ipods, luego los mejores auriculares, el dock, carcazas de colores carísimas pero que representan nuestra personalidad, le compramos aplicaciones.
Los adultos y los niños tenemos los mismos juguetes, simplemente que estos últimos tienen el beneficio de que se los paguen sus padres.